pasaran la revisión técnica. Recordaba que todavía se encontraba en
su poder una llave del piso de Samara; iría andando aunque estaba
lejos, y se escondería en su casa hasta que ésta llegara de su
actuación en el "Cisne Negro". Sabía, era consciente de que
comprometía a Samara, que la exponía a un verdadero peligro, pero
no veía otra alternativa por la que pudiera optar, a pesar de que se
rompía la cabeza buscándola.
Aunque no quería beber mucho, no fue capaz de contenerse y libó
unas cuantas copas y consumió casi el paquete de cigarrillos.
Observó que eran ya cerca de las tres y media de la madrugada, y
decidió ponerse en camino hacia la casa de Samara.
Cogió un pequeño bolso de viaje y metió en él ropa interior, así
como lo necesario para su aseo personal diario. Recorrió con la
mirada todo el salón, como queriendo encontrar algo que tuviera
que ordenar, tal vez retirar, o hacer desaparecer. ¿Qué hacer con la
pistola? La cogió, y la escondió en el ropero entre unos jerséis.
Cerró la puerta con llave al salir de la casa. Comenzó a andar
cautelosamente mirando a su alrededor, no se veía a nadie. El
silencio más absoluto reinaba a esa hora de la madrugada, en las
afueras de la ciudad donde vivía. La mortecina luz de las farolas no
dejaba tener una buena visibilidad. Apretó el paso, la casa de
Samara estaba lejos, en el centro de la ciudad, y quería llegar antes
que ella, pues, pensaba, si ella estaba bajo vigilancia, y él llegaba
más tarde, pudiera ser que advirtieran su llegada al apartamento, y
eso quería evitarlo, pues no cabía la menor duda, que pondría en
peligro la integridad física de su amante.
Iba abstraído, pensando febrilmente en su crítica situación y cómo
poder salir de ella, cuando, repentinamente, le pareció oír pasos
detrás de él; no quiso volver la cabeza, y aligeró más si cabe su
propio andar, pero los pasos a sus espaldas estaban cada vez más
cerca, tan cerca, que estaban ya a su altura, y alguien puso una
mano sobre su hombro, al tiempo que preguntaba:
-¿Adónde vamos a estas horas?
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ricardo al reconocer la fría
voz de Sebastián. Una risa forzada le delató que también Mauricio
estaba allí, y decía:
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