EL INCAUTO ENAMORADO
Paseaba el joven aquel siempre
por el mismo camino.
Y solía pararse delante de aquella casa,
quizá con la esperanza
de volver a ver a aquella mujer bella
que vio en cierta ocasión.
Nunca se le apartaba de la cabeza.
Era una mujer fascinante, morena,
de unos profundos ojos negros
y una mirada intensa de fuego.
Aquella casa en la calle estrecha,
de aquel barrio del casco viejo.
Ahora no sabía si fue verdad o ilusión
aquella aparición.
Pero él insistía,
parecía que fuera un deber prescrito;
andando siempre hacia el mismo destino
y llegar a sufrir la misma desilusión,
al no verla de nuevo en la puerta
de aquella casa vieja.
Un día de repente vino la sorpresa,
y la vio allí, hablando con otra mujer.
¡Era tan bella! Se quedó parado
mirándola obsesionado,
boquiabierto y en silencio.
Ella miró, maravillosa y sonriente,
hacia donde él estaba.
Creyó que era a él a quien miraba;
más que creerlo estaba seguro
de que ella también por él se interesaba.
Se marchó la mujer con la que hablaba
y ella se quedó allí, en la acera, sola.
Parecía esperar algo, como si aguardara
a que él se decidiera y se acercara.
A él le pareció que ella le guiñó un ojo.
¿Sería sólo cosa de su imaginación?
Lo cierto fue que ella insistió
y además del guiño también le sonrió
de un modo sugerente.
No podía creerlo, no quería darle crédito
a aquello que pasaba. ¿Estaría soñando?
No, era cierto, era verdad, era la realidad
pura, la felicidad.
No quiso más ponerlo en duda
y se acercó a ella decidido.
Le diría que estaba, desde hacía tiempo,
loco por su amor, por su belleza perdido.
-Ven, que te haré feliz por poco dinero- dijo ella.
-¿Dinero?- repitió él.
-Sí, tan sólo cincuenta euros.
Un jarro de agua fría le cayó del cielo.
No supo qué decir, ni qué hablar.
Se dio media vuelta
y comenzó a andar despacio y triste,
dirección a su casa.
-¿Qué pasa?- preguntó ella-
pero no obtuvo de él respuesta alguna.
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