EL ACCIDENTE
Más que correr el coche volaba
y adelantaba a todos por la autopista.
Los jóvenes aquellos llevaban prisa
por llegar a la fiesta del pueblo.
Iban alegres todos y contentos.
Recién sacado el carné tenía
aquel que el coche conducía.
-Correr no deberías como un experto-
le dijo su compañero
con cierto deje de ironía.
-Sí, aún no tiene suficiente práctica-
la chica comentó, que detrás estaba.
-¿Qué es lo me queréis decir, que no os fiáis de mí?-
Comentó el conductor llamado Diego-.
Me estáis confesando que tenéis miedo.
Tranquilo os podéis quedar, que me siento seguro
de lo que hago y digo;
pues tengo en mí mismo confianza.
-Nadie lo pone en duda, pero siempre es mejor
andar con precaución. ¿No te parece?-
dijo la chica guapa, desde el asiento de atrás.
Era la novia de su amigo, pero él la quería.
Los dos la habían pretendido, hacía ya tiempo.
Y nunca comprendió porqué prefirió
al otro. Uno que nada tenía.
-Quizá tenga ardientes deseos por ver a su amiga
la bella campesina que le espera.
-Es sólo conocida Juan. No te quieras burlar-
contestó Diego.
-Es verdad que no es guapa, pero tiene dinero-
comentó Juan divertido-,
y es por lo tanto interesante
si tener se la puede como amante
o, porqué no, con ella casarse.
-Tampoco es la mujer tan fea-
la chica opinó, que se llamaba Adela-
yo la veo incluso atractiva.
-No me digas cariño.
Pero bueno, no está mal para Diego-
dijo Juan riendo.
-¿Piensas que no merezco algo mejor?
Tengo dinero y ahora coche.
Cualquier chica estaría loca por mi amor,
y no irse con quien es pobre.
-¿Crees acaso que tan sólo es el dinero,
lo que decide el amor de una mujer;
que todo es interés y convenio?
Eso no tiene nada que ver
con amar de verdad- dijo Adela.
-Sé que lo de ser pobre lo dices por mí.
No tengo coche ni carné de conducir.
Pero tampoco sois vosotros millonarios;
y aunque te parezca extraño,
se decidió Adela por mí.
En ese justo instante pasó raudo
como una flecha, un coche adelantando a Diego.
-Mira como te ha pasado
ese cansado pato.
-¿Cansado pato dices? ¡Va como un diablo!-
dijo Diego algo picado,
al tiempo que pisaba a fondo el acelerador.
-No seas alocado- dijo Adela temerosa-
déjalo ir, tú no puedes con él competir.
Pero Diego no hizo ningún caso
y dio gas para adelantar, al que le había pasado.
Iba el otro demasiado rápido,
y a Diego empezó a darle miedo,
jamás había ido a tal velocidad.
La carretera parecía que se acababa.
El otro coche había desaparecido.
Venía sin lugar a duda una curva.
Pensó, ¿sería más abierta o más cerrada?
Miró el cuentakilómetros, ciento setenta
veía que la aguja marcaba.
Más que miedo sentía Diego pánico,
y esto le hizo dar una brusca frenada,
que al falso giro del volante, le sacó de la calzada,
y vino a estrellarse contra un árbol.
Hubo un momento de silencio
en el que nadie hablaba.
¿Estaban inconscientes o estaba muertos?
Los tres sangraban
a pesar de llevar el cinturón puesto.
Alguien que vio el accidente
llamó a la policía, que vino inmediatamente.
También presente la ambulancia estaba.
De los tres ocupantes se oyeron los quejidos
que a Dios gracias habían sobrevividos.
El coche se quedó para el desguase.
Y para Diego fue aquello un escarmiento.
Adela consideró
que su novio y su amigo eran culpables;
pues Diego se picó por las palabras de Juan,
ya que por ella había cierta rivalidad.
Entre ellos perdieron la amistad,
y nunca se volvieron a hablar;
aunque por suerte se libraron de la muerte,
no siempre suele así pasar.
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