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CAPÍTULO XXVI |
Cerca de una semana había pasado desde que Ricardo tuviera
aquella reunión con Rafael, en la que quedó en hacer todo lo
posible por comprometer a Juan en la trama de la droga robada. |
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Mientras conducía tranquilamente su coche por las calles de la
ciudad, dirección a su casa, pensaba en que no había vuelto a oír
que se hubiese declarado ningún otro gran incendio en la capital.
¿Habrían pactado las partes un alto el fuego? En éste caso nunca
mejor dicho. Tendría que preguntarle a Samara, si es que lograba
llegar a verla de nuevo. Le daba la impresión que ella evitaba en lo
posible el encuentro con él; por otro lado comprendía el que se
mostrara esquiva, tal vez se sintiera desengañada como amante, él
admitía su parte de culpa en las relaciones que habían mantenido, y
que no consiguieron llevar a buen término. En realidad fue ella la
que así lo quiso; él, tenía que confesárselo, aún guardaba en su
mente los días vividos con ella, y no podía evitar un cierto
escalofrío al evocar su desnudo cuerpo en el revuelto lecho de
sábanas blancas. Reflexionando profundamente, llegaba a la
deducción de que, pasado las cosas que habían pasado, era lo mejor
que los acontecimientos siguieran el curso que llevaban; el tiempo
acabaría por borrar, si no el recuerdo del tiempo de la pasión que
vivieron juntos, sí atenuaría el dolor de la separación. Para él quizá
fuera más fácil, pues el amor que también sentía por Malva,
ocupaba un lugar importante en su corazón. |
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miedo: |
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solo a transportar al muerto y luego darle sepultura, dónde y de qué
forma? Por no tener no tenía ni tan siquiera pico y pala, lo cual era
imprescindible para llevar a cabo tal propósito. No cabía la menor
duda, de que aquel problema estaba por encima de su capacidad de
actuación y decisión, se daba cuenta que necesitaba ayuda; a los
únicos a los que se la podía pedir, no eran otros que los mismos de
siempre; a "La congregación de los Soldados de Dios". |
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Desistió de su primera intención de llamar a Samara, y probó
suerte llamando directamente a Eusebio. El timbre sonó repetidas
veces y nadie lo cogía. Ya iba a abandonar, cuando una voz en la
que Ricardo reconoció a Eusebio, demandó: |
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encogido quepa el cuerpo del finado. No le cabía otra solución,
debía de introducirlo allí. Vació el baúl de todos los trastos de años
pasados, la mayoría de ellos no servían para nada. Muchas veces
uno conserva cosas que son inservibles: Una máquina de escribir,
un candelabro roto, un montón de viejas revistas, una boina, un
sombrero... Ahora tenía que hacer el esfuerzo de meter el cuerpo,
de la forma que fuera, en el interior del baúl. El difunto pesaba lo
suyo a pesar de su adelgazamiento. Ardua le fue la tarea, pero al
final consiguió, doblándole las piernas, y forzándolo de aquí y allá,
hacer que encajara dentro. |
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traficantes de armas. Visto así no debía tener derecho a lamentarse.
La vida es una lucha y él había luchado poco por tener lo que tenía.
Hasta el momento en que lo engañaron con el truco del manuscrito,
su vida habíase desarrollado plácidamente, sólo había sabido
disfrutar de los placeres que el mundo ofrece a aquellos que se lo
pueden costear. Comprendía que él también tenía que pagar la parte
de dolor que le correspondía, por subsistir en este mundo en que
vivía. Así seguía divagando y bebiendo una copa de coñac tras otra.
Sintió frío. Cogió una manta, se acurrucó con ella en el sofá, y al
poco, sin apenas advertirlo quedó profundamente dormido. |
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-Te he mandado a dos compañeros. Deben de estar al llegar. Ellos
se harán cargo del paquete. Tú te puedes olvidar del asunto. |
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estaba muy bien considerado en la congregación. No
obstante, el que se hubiesen hecho cargo del cadáver, era un gran
favor para él, y una enorme responsabilidad para la congregación,
que él tendría de alguna manera que pagar. |
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con los de arriba. Hay que andar con pies de plomo; pues no te
puedes confiar en cualquiera. Uno se tiene que asegurar de hablar
con las personas adecuadas. En caso contrario corres el riesgo de
que te tiendan una trampa y a la postre ser tú, en este caso nosotros,
los verdaderamente perjudicados. |
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