Sabía el nombre de su jefe supremo, aunque nunca había llegado a
poder verle, pero sí había oído que se llamaba Thare. Él se había
visto abocado a entrar en aquella misteriosa especie de secta
religiosa que tenía unos ideales demenciales, porque para
conseguirlo, se habían valido de una bien urdida artimaña, para
obligarlo a formar parte de ella.
Todo empezó cuando un día, cosa como un par de meses atrás, y
por una extraña circunstancia, vino a entrar, mejor dicho a caer en
las redes de aquellos extraños individuos, que pregonaban a sus
adictos el derecho a existir del Mal, aunque evitaban nombrar la
palabra Mal, pues hablaban de dos fuerzas encontradas, la otra era
por contraposición el Bien, o lo que la mayoría de la gente vulgar,
consideraba que era tal. De esta forma se aseguraba la permanencia
en el mundo de un estado controlado en lo posible, pues ambas
fuerzas eran necesarias en la vida para la continuidad del ser
humano en su lucha constante, en la persecución de su destino
último, el anhelado ideal soñado que reúna a todos los seres del
mundo en una armonía divina. Para la búsqueda de ese ansiado fin
era aún necesaria la existencia de la combatividad. Todavía estaba
lejana la meta que se debía alcanzar en el futuro, quizá estuviera
fuera, en un planeta lejano. Decían que, hasta que la humanidad no
sufriera una verdadera hecatombe y destrucción, no reaccionaría, y
seguiría eternamente pecando. Para curar el comportamiento
nefasto de los otros había que continuar peleando, aunque con ello
se hiciera daño, mucho daño, aunque éste, el modo equívoco de
comportarse y que algunos llaman el Mal, era en definitiva el Bien.
De tal forma que la gente, paradójicamente confundían el Mal con
lo que en realidad era el Bien, ya que éste, el llamado Bien,
intentaba salvar a los débiles de las redes del pecado.
Ellos consideraban que los débiles no tenían salvación; que igual
que toda fruta podrida, tenía que ser eliminada, destruida, para que
no contagiara la que era fuerte y sana. Sólo los que no tenían
carácter, los que no poseían una voluntad férrea, venían a caer en la
tentación, eran seducidos, porque no sabían, o no podían resistirse a
penetrar en ese mundo de vicio, donde nadie era dueño de si
mismo, y estaban plenamente entregados a las drogas, el alcohol, la
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