pensamiento deshumanizado de un
criminal, su falta absoluta de compasión para con los demás seres
humanos; tan sólo podían tener admiración para sus semejantes en
las acciones delictivas, que los llevaba a ser cómplices en la maldad
y en el ensañamiento asesino.
El coche rodaba ya en dirección a la ciudad. Los tres personajes
en su interior permanecían desde hacía varios minutos en un
mutismo extraño, negro; quizá pudiera decirse huraño; de cualquier
manera era un silencio pesado, donde el pensamiento de cada uno
de ellos iba o se ahondaba por diferentes derroteros; que en el caso
de Ricardo se tornaba en un sentimiento de fracaso y abandono;
donde la suerte hacía mucho tiempo que le era esquiva. Se veía
abocado a ser un asesino; pero el precio de no serlo era muy alto:
Tenía que pagar con su propia vida. Buscaba en su mente,
desesperadamente, un argumento que lo consolara, que justificara
la perversión de su acción, aunque ésta fuera obligada, era al fin y
al cabo su mano la que lo ejecutara y la justicia lo encontraría
culpable, a pesar del atenuante de que matando defendía su misma
vida. Así brilló en su mente la comparación que lo disculpara del
horror del crimen que seguramente tendría que llegar a efectuar sin
más remedio; ésta era la del soldado que en el campo de batalla, al
igual que él, mataría al otro soldado que tenía frente a él, pese a no
conocerlo, a no tener la más mínima idea de quién era, un ser
extraño, un hombre que como todos los hombres de este mundo,
podría ser más bueno o más malo, pero que tendría su vida con su
familia y amigos, sus apetencias, sus anhelos e ilusiones que él
desbarataría en un segundo pegándole un tiro en la cabeza, porque
le habían dicho que era el enemigo y había que liquidarlo. No
obstante, no quería en el fondo engañarse, la verdad era, que no era
una comparación feliz. Cierto que tanto el soldado como él, se
veían obligados a ejecutar una orden de matar, pero los motivos
que le llevaban, o que alimentaban al soldado, pudieran ser en un
principio loable, porque estaba convencido de defender su patria;
por eso, al menos el militar podía con más facilidad que él,
descargar su conciencia de estar cometiendo un crimen, en tanto
que para él, éste hecho era patente, era una realidad inequívoca de
ser la mano que ejecutaba el Mal. A pesar de estar
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