ALZHEIMER
Habían transcurrido muchos días
y él continuaba allí, en aquel extraño lugar.
Se preguntaba cómo era posible.
¿Quién era el responsable de su presencia allí?
¿Qué sitio era aquel en el que se hallaba?
¿Por qué, por qué? ¿Acaso podían retenerlo
contra su voluntad?
¿Era aquello en donde se encontraba un hospital?
¿Estaría enfermo sin saberlo?
¿Qué enfermedad era la suya,
si es que de verdad tenía alguna?
A veces se acordaba de su casa;
pero lo cierto era que ignoraba dónde estaba.
Su vida pasada,
era como fugaces destellos
que por su mente pasaban.
Andaba por aquel largo corredor, blanco y pulcro.
Personas iban y venían vestidas de blanco.
Todo le resultaba brutalmente raro.
Se preguntó si acaso él tendría familia.
¿Cómo podría averiguarlo?
Lo normal era que vinieran a visitarlo.
Tal vez se hallara en una cárcel.
¿Habría matado a alguien?
¿Estaría quizá en un centro de psiquiatría?
¿Padecería alguna enfermedad mental?
Perdido había un tanto la memoria;
pero nunca por ello se estaba loco.
Tenía que salir de duda, pronto.
Paró a uno de aquellos que pasaban,
y vino a preguntarle que dónde estaba.
Sacó el hombre un móvil, e hizo una llamada.
Una enfermera apareció al instante.
Del brazo lo cogió y se lo llevó,
hablándole con tono amable.
En una habitación entraron.
-Quédese aquí y no se mueva- dijo la enfermera
con tono autoritario.-
Pronto le traerán la comida.
Era un cuarto aquel de cortas dimensiones,
con una cama, mesa y un sillón.
Teléfono había y también televisión.
Se quería acordar de su vida anterior;
pero algo, como un negro velo, cubría su memoria.
Intensamente procuraba hundirse en el recuerdo.
Al pronto se le vino a la cabeza
algo que ya debía haber hecho, hacía tiempo.
¿Cómo podía haberlo olvidado?
Tenía una cita con un cliente,
el jefe era de unos grandes almacenes.
No podía dejar de acudir,
pues se trataba de hacer un buen negocio.
Estaba lejos el lugar donde debía de ir,
y necesitaría el coche.
¿Dónde estarían sus llaves?
Febrilmente empezó a buscarlas por todas partes.
Las llaves de la casa y del coche.
Se rebuscó por los bolsillos, nada.
Se las habría olvidado en casa.
Tendría que ir a buscarla.
Abrió la puerta y salió corriendo.
Desesperadamente buscaba la salida.
Abría y cerraba puertas; y nunca sabía
dónde se hallaba.
Al pronto se encontró en la cocina.
Miró a su alrededor, buscando siempre la salida;
y se vio repentinamente cercado de enfermeros.
Un cuchillo cogió, que había sobre una mesa.
Querían retenerlo, impedirle que saliera.
No quería dejarse apresar.
Pensó, en que tenía derecho a defenderse,
y dispuesto quedó, a atacar al que se acercara.
Era grande la pericia
que tenían aquellos enfermeros,
que pronto reducirlo pudieron
tras un corto forcejeo.
Lo encerraron con una camisa de fuerza
en una extraña habitación,
era blanca y había un silencio demoledor
que le venía a torturar el cerebro.
Como enguatado estaba todo, paredes y suelo.
Se sentía perdido y angustiado.
Se acostó, buscando con anhelo el recuerdo
de su pasada vida, sin poderlo vislumbrar.
¿Qué pretendían de él? ¿Sería cuestión de dinero?
¿Habría una fortuna y quizá herederos
esperando heredar tras su muerte?
¿Cuál era su destino y suerte?
Estaba confundido, desorientado, y tenía miedo,
un miedo inexplicable, incoherente.
Pasaron unos días y tornó
la rutina normal de su vida.
En algunos momentos recobraba la memoria
y comprendía, que a veces
se dejaba arrastrar por la rabia y era violento;
y por eso lo habían allí encerrado,
en aquel centro para dementes enfermos
donde estaba casi siempre sedado.
Meditaba, y llegó a la conclusión
de que era su familia, que no le quería,
y que tan sólo pretendía deshacerse de él,
porque sabido es que todo viejo,
un incordio y estorbo es.
La tristeza invadía su alma,
y en el fondo apuntaba la rabia
contra todos, y todo el mundo que le rodeaba.
Esa era su vida y suerte;
sería lo mejor buscar la muerte,
pensó; pero al fin, hasta de eso se olvidó,
y se hundió en la oscura nada de Dios.
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